17 de noviembre de 2014

MI RELACIÓN CON LOS ALUMNOS

TOMADO DE LA SEGUNDA PARTE DEL LIBRO “MIS RECUERDOS”, ESCRITO POR EL PROFR. RAFAEL MARTÍNEZ MORALES DE IXHUACÁN DE LOS REYES. SE REPRODUCEN A CONTINUACIÓN LAS PÁG. 60 Y 61.

Durante el tiempo en el que tuve a mi cargo una escuela, jamás noté que hubiera violencia entre los alumnos como la que existe hoy conocida como bullyn.

No llegué a ser director efectivo, (efectivo el que no tiene grupo a su cargo), y hubo años en los que por falta de personal, además de la dirección tenía yo, no uno, sino dos grupos a mi cargo; a veces cuarto y quinto grados, otras veces quinto y sexto.

El trato entre los alumnos y yo fue de igual a igual, todos éramos amigos, y el hecho de jugar con ellos jamás dio lugar a que me faltaran el respeto, y yo a ellos mucho menos; formábamos un grupo de amigos, alegres pero responsables.

Cabe decir que aún me emociona recordar cómo se apiñaban entorno a mi escritorio hombres y mujeres, quizá para encontrar en mí el cariño que sus padres no les brindaban, no por la falta de amor, sino por el prejuicio de que por ser hombres (los padres), y por estar siempre ocupados en sus trabajos, se mantuvieran el margen de sus hijos en ese aspecto.

Debo mencionar que como director de la escuela no estuve exento de sustos, como el que me causó un chamaco que se desmayó un día en que salimos al campo; y de otro que se fracturó una pierna al correr en el patio de la escuela.

Entre las numerosas anécdotas de los alumnos, les cuento la siguiente: uno de ellos, quien como gracioso payaso hacía reír con sus constantes puntadas de buen humor, subió a un árbol a cortar chirimoyas durante el recreo, y no por tirarlas al suelo las metió debajo de su camisa; estando ya todos dentro del salón, se dejó de dos de ellas y sosteniéndolas con sus manos a la altura del pecho, se paró frente al grupo y dijo: “miren niñas, no crean que nomás ustedes tienen”. El chiste nos hizo reír, pero yo tuve que guardar cierta compostura para disimular; las niñas sonrieron y se sonrojaron.

Narrar todo lo que viví con ellos sería escribir una historia bonita e interesante pero muy larga.

Después de haber transcurrido tanto tiempo, entre otros muchos cambios que se han dado, está el de nuestro aspecto físico, y las niñas y niños de aquellos años, hoy son adultos convertidos en madres y en padres, en abuelas y en abuelos; pero hay algo entre ellos y yo que no ha cambiado, algo que el tiempo no ha logrado destruir, ese algo es el aprecio, el respeto y la amistad que aun existen como lazos fuertes que nos mantienen unidos.

Cuánto me alegra y satisface poder decir esto, porque ellos saben que no miento.

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