20 de mayo de 2014

ELLA

Encontrándome en la primavera de la vida, acudía yo por las noches a casa de quien más tarde llegaría a ser la madre de mis hijos. Al concluir cualquier tema de nuestra conversación, callábamos y nos bastaba con estar el uno junto al otro.

Con esa felicidad que no le cabe a uno en el cuerpo cuando está enamorado, me despedía yo de ella sintiéndome el dueño del mundo; lo mismo disfrutaba yo de los fuertes aguaceros de las noches de mayo y junio camino hacia mi casa, que la silueta de la torre de la iglesia en las noches de luna, o las estrellas brillando en el espacio infinito.

La novia, a quien coloqué en un trono, conocía mi felicidad quizá solo por intuición, porque nunca se lo dije, y no se lo dije por temor de no poder expresarle con palabras lo delicado de mis sentimientos.
Fue esta una de las etapas más felices de mi vida, pero así como gozaba, también sufría yo por mi egoísmo, temeroso de perder a la novia que me hacía soñar.

Hubiera querido ser poeta para dibujarle con palabras solamente a ella, la belleza de la misteriosa luna asomándose detrás de la montaña, o escindiéndose como jugando en el espacio entre las nubes multiformes; o la negrura de la noche silenciosa, mi cómplice y amiga.

De mi pequeño jardín, las mejores flores eran para ella, sobre todo pensamientos y claveles.

Muchas veces, al regresar de mi trabajo en una escuela, me convertía en ladrón robando en el campo alguna planta ofrecérsela a ella.

Al terminar nuestro noviazgo el 22 de mayo de 1957, ella se quedó conmigo, y yo me quedé con ELLA.
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TOMADO DEL LIBRO “MIS RECUERDOS”, ESCRITO POR EL PROFR. RAFAEL MARTÍNEZ MORALES DE IXHUACÁN DE LOS REYES, SE REPRODUCE LA PÁG. 125.

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